2.5.10

El escribano

Soy uno de esos tipos que no acaban de comprender las cosas hasta que las pone por escrito. Por eso estoy escribiendo. Aunque bien sé, que tendré que reescribir un tiempo después para entender lo que ahora escribo. No importa la forma en que escriba, ni el móvil que me lleve a ello, incluso ni siquiera es importante solo con plasmar la letra de tal o cual forma, porque no se trata de vestirse o quitarse una corbata, no es tan fácil como quitarse el reloj monótonamente y dejarlo al lado de la cartera sobre la mesa, ni siquiera es un ejercicio manual que va siguiendo la trayectoria que la mente o las emociones le van dictando, lo importante aquí sólo es escribir.

Existen diversas formas de hacerlo y todas ellas muy independientes, hablamos de independencia no como autonomía, porque entonces la escritura, de la forma que se dé no podría llevarse a cabo, siempre existe una dependencia de una u otra inspiración, de cualquier proyección, de un algo o de otro sobre el que se escribe, incluso de uno mismo. En este caso, es una independencia del valor que cada escritura genera por sí misma, de que una de mis A tiene una carga singular y esencial por ella misma, que se refleja y se diferencia de mis otras A, a esto, más aún, si le incluimos la letra que le antecede o le sigue. Inclusive, y quizá por ello es tan independiente, que tendrá otra carga a partir de los ojos y la lectura que le den. Aunque esa, también es una forma de escribir.

Uno escribe con los ojos, como la he escrito con cada una de mis miradas, escribo sus rituales, su forma de quitarse la ropa, describo la lucha que lleva a cabo cuando intenta quitarse una de sus botas y su placer una vez que ha encontrado la libertad en cada uno de sus dedos; intento colocar cada una de las comas que sus pies descalzos van dejando tras de sí, aunque a veces me confundo entre un punto o un espacio, sobre todo cuando baila.

Aquellos párrafos que se escriben con mayor facilidad están relacionados con sus formas de quitarse la blusa por encima de la cabeza o simplemente desabrochársela al tiempo que explora los olores de sus axilas en la prenda de vestir, en esos momentos me pregunto por qué no va oliendo los lugares que va recorriendo, los objetos que va tocando, las revistas que mira, después de todo también están impregnados de su fragancia.

Me fascinan los pequeños cuentos de ficción que intento plasmar cuando se observa al espejo y no deja de menearse con toda la humedad que la embarga, lo difícil es encontrar los sinónimos de la que está al otro lado y en algunos casos deja reflejarme. Entonces escribo para mí, porque una vez que se aleja del espejo, depende de mi mirada, de mis letras y de las formas en que yo puedo hacer que cambie tanto, al igual que la noche de afuera, de todas las noches que van y vienen en una misma noche y, mejor aún, todas las mujeres que van y vienen mientras se desplaza y la escribo. Ocasionalmente he tenido que crear algún paréntesis, sobre todo cuando observo la cicatriz de su pierna, el lunar de su pubis o la lágrima que recorre su vientre por todo lo que carga o ha vivido.

En otras ocasiones solo escribo porque me gusta, porque gustar sea quizá la mejor manera de tener, ya que tener, creo que es la peor manera de gustar. Me gusta escribirla cuando juego a no tocarla, a no tenerla, mis dedos sienten su piel sin necesidad de tenerla y mejor aún, me divierte tenerla y no saber que escribir, entonces mis dedos enmudecen, mi cuerpo pierde el dictáfono y no me queda más que cambiar la página. Las veces que la sueño son libros que aún no he podido leer, a pesar de haberlos escrito. Entonces, solo entonces, trato de leerla suavemente, penetrar a través de su vello púbico y terminar en el tatuaje que remarca su historia conmigo, mi propia autobiografía.

A veces creo que voy escribiendo una telenovela, con sus actos, sus humores y deseos inocuos y el miedo me carcome ante la ignorancia de saber que los condenados a ese infierno ya jamás pueden salir de él, pero eso está en una traducción que aún nadie ha llevado a cabo.

También debo de confesar que la soledad ha dejado de herirme y que intento escribirla de múltiples formas, por un lado mis odios y por otro mis amores, sobre todo porque estoy consciente que las cicatrices contienen un diccionario por el que mantengo un gran interés; las carias también.

Hoy te saco del espejo y sólo intento escribir, ya que solo soy uno de esos tipos que no acaban de comprender las cosas hasta que las pone por escrito.

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