4.10.10

Capitulo tres: Los tenis azules

He caminado hasta donde he podido, no son las ganas, esas quizá estén guardadas en alguna persona que no es mi amiga; tampoco es la falta de ejercicio porque a veces intento fumar cada que puedo o se me antoja; incluso, no creo que sea la botella de whisky que deje encargada a mi soledad; ni la falta de sombra cuando aquella mañana deje de ser más yo; pero he caminado, y justo cuando creí que era todo lo que podía andar, me di cuenta que acababa de empezar, con menos azul que el de costumbre e infinitas formas de leer con los dedos.
Tratando de crear la retrospectiva del olvido….
…Ella estaba de pie frente a mí, con toda la perversa candidez que tomo del closet antes de salir de casa. La forma en que me detuvo, sin tocarme, sin acercarse. Simplemente deteniéndose, levantando la mirada, un cambio de gesto instantáneo que lleva de lo taciturno a la sorpresa y además… desplegando su olor, con tanta naturalidad, que permitió generar un espacio vacío, el cual, envolvía a ambos, otorgándonos la intimidad necesaria para intercambiar esencias.
Por mi parte, andando sin sentido, cuestionando las banalidades de la cotidianeidad, aburrido de la gente y de uno mismo, tratando al suicidio como un juego en el que intento dejar de ser espectador, un paso seguido de otro, la tristeza después de la melancolía, siguiendo a la nostalgia en forma de papel periódico con una nota que dejó de ser noticia, observando a gente que han dejado de ser personas, multitudes y curiosidades mórbidas e inestáticas, todo a una velocidad diferente y suculenta a la mía… enseguida y sin sentido algo me detuvo…
El impacto ha sido indescifrable, sus pantalones ceñidos que proveían un descanso placentero a mis dedos entre sus piernas, las botas con ese tacón que se metamorfeaba en cuchillo e intentaba penetrarme los hombros justo antes que me pidiera penetrarla cuando jugábamos a ser indiferentes; la blusa que tantas veces grito que la arrojara y esos pequeños detalles que la caracterizaban y diferenciaban de ella misma. Sus manos que algunas tantas veces intentaban hacerme suyo a través de rasguños y su inconsistente forma ajena de cambiar el contexto. Yo paralizado y con mis pies andando. Todo esto bajo el contraste de una pequeña caja en color azul con un moño en rojo que llevaba entre las manos y la cual era el punto generador de todo lo que alrededor se producía y reproducía.
El silencio era el sonido predilecto entre ambos, teníamos formas diferentes de comunicarnos con nosotros mismos y nuestros cuerpos, queríamos saber las reacciones que podíamos aún provocarnos, el miedo hizo presa de nosotros, el caos se originaba en algún punto y el efecto hacia mella en nuestros cuerpos.
La respiración comenzaba a acelerarse; su pie se movía como si quisiera cavar un hoyo en la acera tan solo con la punta del zapato; yo intentaba acariciar lo bajo de mi espalda ante el inútil deseo de haber dejado las manos en casa; un pequeño golpeteo provenía de la caja, el origen de éste era causado por la desesperación de sus dedos. Todas nuestras reacciones, bien sabíamos, era a causa de saber que la ropa nos estorbaba.
Comencé a contarle algunos cuentos con mi cuerpo, ella iba leyéndome con gran lentitud, sin tiempo y sin ojos. Dejamos de lado detalles corporales, empezamos a jugar con nosotros mismos de nuevo. Gritaba, mordía, lamíamos, dejábamos entrar y salir a cada uno del otro. Solo bastaba cerrar los ojos y mantenerse inmóviles e impávidos.
Terminamos por reconocernos y ante la ausencia obligada nos limitamos a estirar los brazos, ella otorgando y yo recibiendo, un intercambio de olvido y vació por silencio y soledad.
La irresistible necesidad por el otro nos paralizaba, nos enmudecía y sin esperar más volvió al silencio algo insoportable en mi ser echando a correr, salpicando con su humedad a la multitud y sólo gritando algo que hoy día se me ha vuelto un estilo de vida…
El miedo me embargaba y sin que el mundo retrocediera, no sabía cómo proceder ante dicho objeto, por lo tanto, he decido cargar, cuidar e intercambiar el contenido de aquella caja. Ella sabía que esos tenis azules andarán para encontrarnos, y a cambio, he dejado en la caja este cuento, su esencia y sus últimas palabras:
¡Me gusta tu azul…!
…lo último que alcancé a escuchar a lo lejos.
Olvido
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