Mis oídos han recopilado historias y versiones que hace tiempo no dejaban penetrarlos; palabras que simulan amistades, manos sacrificadas al fuego ante mi imagen, realidades que se crean a través de fantasías y rostros ajenos que dicen reconocerme, algunas intentan rozarme y otras tantas susurran halitos enternecedores que me secan las lágrimas una vez que me toca su humedad.
En cada espacio fui encontrando letras ahorcadas, algunas mutiladas, otras perdidas y sin sentido, unas más quebradas, suicidas, rotas, con cuerpo pero sin sangre, todas ellas con rostros ajenos iguales a los que conozco, con carcajadas evaporadas entre paredes que lo último que guardan son recuerdos y quejidos de una sociedad herida, falta de uno mismo.
Los zumbidos que creen que me pierdo cuando sigo reflejándome en el espejo; la música encuentra una barrera que me impide mover los dedos porque los abandone con el anillo y, aún así no dejo de exaltarme nocturnamente por el simple hecho de vagar entre grietas urbanas provocadas alguna vez por mi cotidianeidad.
Mensajes que invocan mi presencia justo cuando ando a su lado, aunque sin sombra, ligeramente incompleto como cuando duermo. Después voces que estallan ante mi indiferencia y mi responsabilidad de pasear mi calzado… ¿A pesar de dejar los colores en el pantalón que llevo puesto?... a pesar de que esa voz se multiplica cual alegoría molecular.
Los gritos de un vaso vacio me culpan de su inconsistencia, para callarlo me limito a saciarlo de mí, lo que provoca que el entorno cobre un matiz distinto por el que me desplazo. Cada objeto, de un instante a otro, parece tener conciencia y sobre todo memoria, cuentan lo que les he dejado cargar o, los menos, con lo que me han ayudado, sin embargo, pienso, habría que reemplazar a alguno por los recuerdos innecesarios que embarga… me empujan hacia fuera.
Olvido
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