El último silbido de la canción lo despertó justo antes de que la aguja comenzara a producir ese ruido característico que los tornamesas cargan consigo. Se paso la mano por la frente para secar la gota de sudor que creía resbalaba ante la pérdida de un cuento que aún no había escuchado, a pesar de no estar seguro de ello, quizá no había despertado del todo y seguía siendo un sueño, uno de esos tantos sueños que lo acompañan en la duermevela y que nunca ha podido hilar del todo.
Su ansia por despertar o sentirse despertado lo carcomía, sobre todo porque no quería sentir ese dolor de aguja en el acetato; simplemente él sabía que el ruido, como muchos tantos, no le importaba, el verdadero interés y la fuerza que acompañaba esa motricidad casi elástica e instantánea era el valor que le otorgaba a cada uno de sus discos. Todas las noches disfrutaba colocar un par en ese aparato anticuado, como solían nombrarlo cada una de las personas que esporádicamente asistían, y él, al mismo tiempo, disfrutaba la sensación que esa frase producía, sobre todo porque la hacía suya, la incorporaba a su limitado vocabulario que sólo consistía en títulos de canciones, de álbums, fechas de lanzamiento y, ocasionalmente, si la inspiración se lo permitía, de adjetivos que le inspiraban una vuelta de vinil simplemente por el hecho de no saber cómo describirlo.
Estiro la mano para remover esa punta que lastimaría las emociones que había transportado y mimetizado en la eterna circunferencia rítmica; la dejo a un lado con gran cuidado al tiempo que observaba el último trago de whisky que aún quedaba, de la penúltima canción, sobre la mesa negra en la que solía escribir. Inmediatamente y con gran cautela, como si de ello dependiera su vida, levanto el acetato, lo observó cuidadosamente, cada una de sus líneas concéntricas, sopló y resopló como si quiera desvanecer esa capa obscura que guardaba una de las tantas historias en las que se sumergía de vez en vez y, mientras buscaba la correspondiente guarida de las mismas entre las reminiscencias de sus recuerdos, con la mano que le quedaba libre, alcanzó ese vaso que se le ofrecía aprovechando las historias confusas que bailaban en su mente. Lo bebió de un sorbo, guardo el disco de colección que sólo escuchaba en momentos en los que se sentía realmente solo, sin más, sin piel, sin corbata, sin tiempo, él y sus historias de plástico, sólo él y esa sensación que exhalaba al dejar vacio el vaso, su mano y el tornamesa, él y su neostalgía cuando dejo de ser un sueño, cuando se despertó justo antes de que la aguja comenzará a producir ese ruido característico.
93
Olvido
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