Yo ya no soy yo, o al menos ya no soy más yo, el reflejo de mi sombra ausente me hace pensar sobre mi identidad, y aún más, me ha dejado completamente solo.
No reconozco al que camina conmigo, el reloj que me da la hora, ni los tenis azules que voy siguiendo. Me detengo en medio de la calle y ojos furiosos me reclaman con muecas y sonidos que rebotan en el interior de su auto, ambos estamos paralizados. Furiosos y llenos de miedos, me disculpo con el cuerpo y la mirada y ella sonríe incrédula ante la simpleza de mi andanza.
Una vez más, me embarga esa quietud del sórdido ruido urbano que se refleja en ese pequeño continente de agua que logro saltar cuando me veo girar la esquina y me devuelve ese tono azuloso que no alcanzo. Algunas sombras intentan venirse conmigo, algunas caen, otras se golpean y otras se atropellan por coserse a mis pies. Las observo con detenimiento, intento fijar la vista en los puntos en que siento una sombra tendría ojos; quieto, respirando cortadamente, tensando los músculos voy entendiendo su angustia y desesperación ante la orfandad en la que se encuentran, me descubren y su oscuridad parece extenderse a la poca distancia que nos separaba, el aire se comprime dentro de mí, las sombras dejaron de serlo y yo inhalo colores a mis pulmones.
A últimos días siento como el aire entra de forma apresurada a mis pulmones, como si estuviera huyendo de algo y buscara refugio en mi interior. Su miedo es tal, que se adhiere con todas las partículas que la física cuántica le permite, lo que provoca una contracción en ellos y además, todo al unísono tiempo, una pelea constante entre, por una parte, la desesperación pulmonar por expulsarlo y, por otra, la actitud férrea del aire al no querer ser expulsado a este espacio que hoy no reconozco.
Le doy asilo, un hueco. Me la pienso bien y le ruego que hurgue el sitio en mí que mayor seguridad le ofrezca sin hacerme responsable. Las responsabilidades dejémoslas a los hombres que hablan de colores. Una vez instalado, la fuga se hace más fácil, pero no menos incomoda. Echo a correr y sé que sigue ahí, sólo que ahora ambos sentimos, a su modo y a su forma, que ni él, ni yo, vamos con nosotros.
Olvido
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